Personajes

Alfonso Diez

alfonso@codigodiez.mx

El Evangelio Fantástico

 

Clavado a la cruz de pies y manos dejó caer la cabeza hacia delante y ligeramente de lado. La sangre escurría de su cabeza debido a las heridas que le hacía la corona de espinas. El hilillo de líquido rojo salía alrededor de los clavos y por las diversas lesiones que poblaban su cuerpo. Los que lo contemplaban no podían hacer nada; su madre, María Magdalena, sus discípulos, los soldados romanos. Algunos lloraban, todos sentían una infinita tristeza: ¿Por qué? Se preguntaban. ¿Por qué él? No le hacía mal a nadie, no es justo.

De pronto, Jesucristo levantó la cabeza y volteó la mirada hacia el cielo, abrió los ojos plenamente, sin dejo de dolor y comenzó a hablar: Padre mío, tus designios han sido cumplidos, he sufrido, he sido torturado y clavado a esta cruz para lograr la redención de mis semejantes, el perdón de sus pecados.

¿Por qué decidiste que ésta fuera la ruta de la expiación? No lo sé, no te voy a juzgar; no te pido perdón por algo que yo haya hecho, tú sabes que he seguido el sendero que me marcaste al pie de la letra; pero si decidiste que de esta manera los seres humanos quedarían libres de culpa lo acepto y no lo hago de manera masoquista, no se trata de sufrir por sufrir, lo acepto porque tú, ser todopoderoso, lo has decidido y si te pido perdón para alguien es para los pobladores de esta tierra a la que me enviaste hace 33 años.

Los he visto desarrollarse desde que creaste a Adán y a Eva para que se amaran, para que se ayudaran uno al otro, para que se unieran como hombre y mujer y tuvieran una descendencia que evolucionara. Cometieron un error y los expulsaste del Paraíso. Llegados a este punto, tú y yo sabemos lo que sigue, mi resurrección para sentarme a tu diestra.

Me diste el poder de convertir el agua en vino, de curar a los enfermos, de sanar sus heridas, de resucitar a los muertos. ¿Y todo eso para terminar aquí? ¿Para que la historia se vuelva a repetir, como sucedió con Adán y Eva en la figura de sus hijos Caín y Abel?

Te pido que me dejes quedar, no es el momento de que me lleves, déjame ayudar a la madre que me diste en este mundo y a todos los demás, mis hermanos. No los quiero dejar solos. Si muero ahora, nada habrá cambiado, seguirán las guerras, seguirá el odio entre hermanos, los crímenes, los robos, la codicia.

Dicho esto, volteó los ojos hacia abajo; un soldado tomó una lanza para enviarla a sus costillas, pero vio la mirada de El Salvador y comprendió, la dejó caer y se arrodilló, se cubrió el rostro con las manos, arrepentido en verdad de lo que iba a hacer. Su madre observaba a Jesús desde el pie de la cruz, tenía una fe infinita en su hijo. Todos lo veían atónitos.

Los clavos se desprendieron de manos y pies del sacrificado y Él bajó junto a sus seguidores como por una escalera invisible. Poco a poco las heridas desaparecieron. Si Dios, su padre, hubiera querido detenerlo, le habría bastado el simple deseo para hacerlo, pero no lo hizo, le estaba dando la oportunidad de cambiar la historia de la humanidad.

Jesucristo estrechó a su madre con el brazo derecho y a María Magdalena con el otro y comenzó a caminar con las dos a su lado. A medida que avanzaba, los que no habían ido al Monte Calvario a verlo morir lo observaban y entendían lo que había sucedido. Hasta este punto, lo hecho, hecho estaba. Ahora, el futuro era de Jesucristo en la Tierra.

Él no necesitaba pases mágicos para realizar milagros, bastaba un  deseo suyo para lograr sus objetivos. Y así fue. Los apóstoles se encargaron inicialmente de difundir la noticia: Jesús de Nazareth, a quien despectivamente le habían colocado un pedazo de madera en la cruz, sobre su cabeza, que decía “INRI”, se había salvado de morir y ahora caminaba entre los mortales para lograr verdaderamente su redención, iba a cambiar a la humanidad.

Un piquete de soldados se acercó al Redentor para detenerlo y bastó que la mirada de ese ser noble y justo se clavara en la de sus perseguidores para que ellos se percataran de la monstruosidad que intentaban. El comandante volteó a ver a sus subordinados y le dijo a Jesús: Señor, estas lanzas son ahora tuyas, te seguiremos, obedeciendo tus órdenes.

Él le respondió: No necesitamos las armas, se acabaron, el hombre nunca más empleará un arma para herir a sus semejantes, tírenlas. Los soldados dejaron caer armas y escudos y le preguntaron: ¿Qué haremos ahora, Señor?

Él les contestó: Sigan su vida, pero ya no como guerreros, amen a su esposa, a sus hijos, a sus hermanos y amigos; trabajen por el bien de todos, traten de crecer. Eso es lo que deben hacer.

Los soldados se dispersaron y la noticia también se difundió como la luz del sol conforme va subiendo sobre el horizonte.

Los sucesos milagrosos llegaron a oídos de Poncio Pilatos, de Herodes, del emperador César Augusto y de los senadores romanos. Pilatos, incrédulo todavía,  fue a ver al Maestro acompañado por una numerosa escolta y bastó que se parara frente a Él y lo mirara a los ojos para saber lo que tenía que hacer y le dijo: Señor, perdóname, te mandé azotar para que no te condenaran, debí haberte liberado sin importarme lo que los demás dijeran, ¿Qué quieres que haga?

Jesús le respondió: En mí no cabe la venganza, tus soldados y el ejército romano deben desaparecer, destruyan las armas. No habrá más guerras en este mundo. Deja la conducción del gobierno en manos de un ser sabio y honesto, como aquél que nos mira desde esa plataforma. El aludido bajó de inmediato desde donde se encontraba, como impulsado por un resorte y se colocó al lado de Poncio, que le puso la mano izquierda sobre el hombro y con la otra estrechó la del nuevo gobernante.

Los sentimientos de nobleza y bondad de Jesús se diseminaban por todas partes. Un mago necesita hacer trucos y malabares ante su público para lograr su objetivo, pero Jesús no era tal, su poder emanaba tal energía que bastaba su deseo de hacer el bien para contagiarlo, para lograr que se acabaran la maldad, la injusticia, la miseria. Era el principio de una nueva forma de vida.

Tal energía se fue extendiendo por Asia, África y Europa primero; luego llegó a Oceanía y a América, donde los pueblos que habitaban estos continentes ni siquiera imaginaban que en otra parte del planeta un hijo del creador de todas las cosas estaba comenzando a transformar a la humanidad. No sabían qué los impulsaba, pero también empezaron a cambiar: Dejaron de perseguirse y de pelear, acabaron con los sacrificios humanos, destruyeron las armas y se unieron en la meta común de lograr el bien de todos.

Por todas partes, los malos gobernantes entendían lo que tenían que hacer y abandonaban el cargo para que lo asumiera alguien más capaz y más dedicado a los demás.

El ser humano, al nacer, lleva la semilla de la muerte en su interior, es la naturaleza, es su condición; cada día que crece, es también un día que muere. Su mentalidad está determinada por su conciencia de la realidad, por su estructura mental, el superyó, que vigila lo bueno y lo malo que hace; y por sus instintos básicos, de amor y de muerte, Eros y Thanatos.

El poder emanado de la decisión de Jesús de cambiar al hombre logró que disminuyera al mínimo esa desviación hacia la maldad, hacia el Thanatos mencionado. Por todo el orbe, las armas perdieron su valor: ¿Para qué, si ya nadie quiere hacer el mal, si ya nadie quiere logros por encima de los demás?

El futuro de la humanidad cambió. Jesucristo en la cruz sabía lo que le esperaba y decidió que las cosas iban a ser diferentes y lo logró: Se acabaron las guerras, todos trabajaban por el bienestar de todos; no veían por sí mismos, buscaban un mejor futuro para sus hijos y para los hijos de sus hijos.

Con el paso del tiempo, el hombre, genéricamente hablando, se transformó en superhombre. Libre de preocupaciones por lo que el otro hiciera o dejara de hacer, el mundo se constituyó en una sola gran nación, se acabaron las fronteras, se unificó el lenguaje, la moneda. Europa descubrió el Nuevo Mundo de América y América descubrió el de Europa, pero ninguno quiso pisotear al otro, se tendieron la mano y aportaron los mejores conocimientos en común para que en ambos lados del océano los pueblos que los habitaban evolucionaran a la par.

Jesús no necesitaba convertirse en rey de nada en la tierra, ya lo era, reconocido por todos: El Rey de Reyes. Le ofrecieron adorarlo, hacerle una Iglesia, templos para que la gente le fuera a rezar y Él los rechazó: No vine a la tierra para sentarme en un trono y que ustedes me adoren, no busco un pedestal que hubiera logrado con la crucifixión. Mi padre, Dios, me hizo de carne y hueso para lograr el perdón de los pecados y la redención del ser humano y lo he logrado. Cuando me vaya, voy a dejarles la memoria de lo que pudo haber sido el futuro, para que no vuelvan a caer en la tentación, pero mis valores personales serían pequeños si tuviera yo un narcisismo tan exacerbado como para pedirles que funden una Iglesia para adorarme.

No quiero representantes de mi persona en el futuro. Hombre y mujer fueron creados para amarse, unirse y dejar descendencia, así que no quiero celibatos contra natura. Cada uno de ustedes, creados a imagen y semejanza de mi padre, igual que yo, llevarán en sus conciencias la idea de la bondad, de la nobleza, tomarán lo bueno y desecharán lo malo. Es la única manera de ganar el futuro, con el simple impulso de ustedes mismos, que conforme pase el tiempo serán mejores. Esa será la mejor manera de honrar la memoria de alguien que no los quiso abandonar, porque de la misma manera que Yo soy mi Padre, soy también ustedes y Dios es también todos ustedes.

Jesús vivió, como cualquier mortal, hasta los 160 años de edad. Se casó con María Magdalena y le entregó su amor de hombre, tal como Dios lo había concebido. No tenía porqué rechazar algo que es de lo más hermoso que tiene el ser humano. Tuvieron hijos que, igual que Él, viajaron a todos los puntos del planeta, no a difundir una doctrina, sino como testimonios vivientes de lo que el amor puede lograr en el ser humano.

Era enemigo del culto a los muertos y en consecuencia no se le hacen homenajes multitudinarios cada año, pero se le recuerda como un Gran Hombre, al que todos quisieran emular.

¿Qué pasó tras la muerte de Jesús? Desafortunadamente, el espacio de esta columna se ha alargado más de lo que debiera, pero el dato puede quedar en la imaginación del que se plantee: ¿Qué hubiera sucedido si…?

 

2009: La Realidad

La intención de este “Personajes” no es hacer que el no creyente cambie su manera de pensar, ni que el creyente deje de hacerlo. Los debates como el de Caso-Lombardo quedaron para la historia. Pero estas líneas cumplirán su objetivo si logran que, como seres pensantes que somos, reflexionemos analizando cada punto de la historia anterior de tal manera que nuestra visión de la humanidad haya dado un paso hacia adelante.

¿Cuál es la moraleja entonces? ¿Qué sigue? Crecer, ser mejores, pero dejemos que la mejor traducción de Rudyard Kipling nos lo diga:

 

Si fiel a tu destino conservas la entereza

cuando todo a tu lado desfallece en temor,

si disculpando en otros la duda o la tibieza

confías en ti mismo como propio hacedor;

si conoces la ciencia de esperar sin fatiga,

si al verte calumniado no sabes calumniar,

si al odio no respondes ni con odio ni intriga

y del mérito propio no te sabes jactar.

 

Si sueñas y el sueño tu voluntad no agota;

si piensas, mas pensando no menguas tu ideal;

si sabes enfrentarte al triunfo y la derrota

y a cual dos impostores los tratas por igual,

si la verdad que dices es tal que repetida

no puede el malvado torcerla al deshonor

y al mirar destrozada la ilusión de tu vida

con mellados cinceles revives su esplendor.

 

Si haciendo un solo acervo con todos tus tesoros

los arriesgas a un golpe de fortuna o de azar

y al perderlos, sereno, sin inútiles lloros,

con esfuerzo valiente sabes recomenzar.

Si eres bravo hasta el punto de que rindan jornada

tus músculos y nervios cansados en la lid,

cuando en ti ya no quede en carne fatigada

más que el querer invicto que grita: ¡Proseguid!

 

Si convives con turbas sin tacha ni desdoro,

si departir con reyes no te hace envanecer,

si no hay rival ni amigo que hiera tu decoro,

si bueno para todos te sabes retraer;

y si el febril minuto para ti siempre fuera

sesenta victoriosos segundos en un haz:

¡Hijo mío, del mundo la conquista te espera¡

pero más todavía: ¡Todo un hombre serás!

 

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